martes, 18 de mayo de 2010

Unasur, un organismo joven y de cimientos débiles

En sus casi dos años de vida, el organismo de las Naciones Suramericanas, no ha podido influir en el golpe de Honduras ni unificar postura respecto a la instalación de bases en la región. Un viernes en Brasilia, a mediados de 2008, doce presidentes suramericanos firmaron el Tratado Constitutivo de la Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR). En esos últimos días el tema “UNASUR” vuelve a tener revuelo mediático. El ex-presidente Néstor Kirchner asumió el pasado 4 de mayo como Secretario General. Más allá de las adhesiones patrióticas, o de las críticas patológicas que genere todo hecho que se vincule con el peronismo oficialista en nuestro país, lo importante es analizar el rol que ha tenido la Unasur a nivel regional. Si bien es un organismo relativamente joven, sus logros han sido parciales en lo poco que tiene de vida.
Lo primero que hay que recordar es que la creación de este organismo se dio en el contexto del reciente asesinato del general de las FARC en territorio ecuatoriano, Reyes, con la invasión de fuerzas colombianas al país bananero. Ese hecho casi desata una guerra entre Bogotá y Quito, a la que se sumó Caracas. Luego de unos duros cruces entre los mandatarios de estos tres países y una cumbre de la OEA en el cual se contuvo la retórica belicista, una frágil paz volvió a la región. Al poco tiempo nació la Unasur “apoyada en la historia compartida de las naciones integrantes y la unidad suramericana”, “afirmando la determinación de construir una identidad y ciudadanía suramericana y desarrollar un espacio regional integrado”.
Si bien es cierto que las naciones integrantes (Argentina, Chile, Paraguay, Uruguay, Brasil, Ecuador, Bolivia, Perú, Colombia, Venezuela, Surinam y Guyana), en líneas generales, tengan una historia compartida, la alianza suramericana es tan simbólica y tan poco real como una alianza de compromiso. En principio por las divergencias político-ideológicas que hay entre los hombres de Estado. Y mucho más aún, con sus pueblos, que todavía piensan en “no mezclar naciones”, “no mezclar etnias” los más racistas. Las diferencias entre los pueblos y la poca comprensión de las diferencias con los otros, son palpables en las calles día a día. En nuestro país la discriminación para con los originarios de Bolivia y Perú, es cotidiana. Y los contrastes entre los presidentes se cristalizaron fácilmente frente dos hechos puntuales: el golpe cívico-militar de Honduras y la utilización de bases colombianas por las fuerzas militares estadounidenses.
En estos últimos dos sucesos, cargados de simbolismo, la entidad suramericana no pudo ejercer un rol protagónico para doblegar al gobierno de facto hondureño ni para condenar enérgicamente la presencia militar yanqui en América Latina. Respecto a Honduras, se abocó a condenar al gobierno de facto, a pedir la restitución de Zelaya y, en algunos países, se echó a los responsables de las cancillerías hondureñas. Pura diplomacia para nada. Ya a casi un año del derrocamiento de Zelaya, se celebraron elecciones, asumió un nuevo presidente reconocido por EE.UU. y por algunos países de la UNASUR como Perú y Colombia.
El caso de las bases es el más emblemático. En la cumbre de la UNASUR de fines de agosto de 2009 celebrada en la ciudad de Bariloche, se abocó a tratar solamente el tema de la utilización de las bases. Desde un lado se pedía una condena enérgica a la instalación de bases, desde el otro Colombia amenazaba romper con el organismo, que en ese caso hubiese dejado de existir. No pasó ni una cosa ni la otra. El documento final tuvo un pronunciamiento contrario a la mayoría de las posiciones de los países “que conciben (no por azar) que la instalación de bases son parte de una estrategia militar de Estados Unidos para la región que amenaza la paz, el orden constitucional y la soberanía de los recursos naturales”. “La presencia de fuerzas militares extranjeras –dice el documento- no puede, con sus medios y recursos vinculados a objetivos propios, amenazar la soberanía e integridad de cualquier nación suramericana y en consecuencia la paz y seguridad en la región”. En términos diplomáticos suena muy bien, pero la realidad y la historia belicista estadounidense distan de no ser amenazantes. Otro documento de la Fuerza Aérea de EE.UU. explicita que “es una oportunidad para conducir operaciones de espectro completo en América del Sur” y que desde allí “se podrá incrementar la capacidad para conducir operaciones de inteligencia, espionaje y reconocimiento”.
Otro de los factores que le juega en contra al rol que anhela asumir a nivel regional y global la UNASUR, es la campaña diplomática que ha lanzado su miembro más fuerte. Brasil, mediante su presidente, ha recibido a los más importantes jefes de Estado del mundo, y se ha metido en la lista de países que intentarán mediar en dos graves conflictos de índole mundial: el palestino-israelí y el enriquecimiento de uranio iraní. Lula apunta a que, en la posible ampliación del Consejo de Seguridad de la ONU, Brasil pueda ocupar una plaza. Si el Estado más grande y fuerte de la Unasur, obtiene el derecho a “jugar en las ligas mayores”, su peso a nivel mundial será mucho mayor que el que pueda llegar a desarrollar en un conglomerado de países subdesarrollados.
Mientras los líderes regionales de la UNASUR hablan de redistribución del ingreso, de la pobreza y hasta algunos se jactan de ser “marxistas-leninistas”, muchos de sus habitantes siguen padeciendo los embates de este sistema global. Esta clase de institución regional, como Unasur, hasta ahora no ha mostrado poder para detener un golpe de Estado o la instalación de bases extranjeras. No ha manifestado la firmeza ante la amenaza desestabilizadora estadounidense. Por más que sea intento positivo desde lo institucional, no tiene una proyección sólida por dos razones. Una es que de los integrantes de la Unasur, algunas administraciones son neoliberales y otras intervencionistas en la economía, por poner un ejemplo, son formas bien contrapuestas de administrar la riqueza. La segunda son sus pueblos, en los que reside la verdadera unidad. Si no nos empezamos a ver nosotros verdaderamente como hermanos, jamás podremos lograr la unidad latinoamericana para poder construir la patria grande que soñaron San Martín, Bolívar y, más acá, Ernesto Guevara.


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