domingo, 28 de junio de 2009

Maxi: nunca te olvidaremos


Uno siempre asocia la muerte con la vejez. “Es parte de la vida”, dicen unos. “A todos nos llega”, dicen otros. Estas dos visiones de la muerte tienen algo de cierto, pero qué difícil se hace aceptar o comprender estas premisas cuando a uno lo tocan de cerca. ¡Qué difícil se hace pensar que un pibe que pateó y gastó la suela de sus zapatillas con uno en el barrio, ya no va a estar más! ¡Qué difícil será no verte más Maxi!
Siempre pensé y me atemoricé por la muerte. Sobre todo por la de los queridos, no tanto por la propia. Cuando empecé a parar en la Plaza Velez Sarsfield me preguntaba quién sería el primero en irse. No lo deseaba, pero en un lugar donde nos juntábamos tantos grupos de tantas personas, no era raro que pudiese ocurrir en algún momento una desgracia o tragedia. Y esta llegó en el mes de junio al barrio. Hace tres años, el narigón Kabak se salvó luego de estar diez días internado producto de una puñalada en un pulmón recibida en una pelea. Hace dos, también nos salvamos de que Cacha se nos vaya. Un accidente con la moto lo dejó casi medio año en un hospital. Esta vez la tragedia golpeó. No fue producto de la acción de terceros, sino de un virus. ¿Gripe A, B, porcina? Y0a no importa. Maxi se fue. Es el primero del barrio al que me toca decirle “Hasta siempre!”.
Aunque hace unos años que no paro más en la plaza, nunca me voy a olvidar de Maxi. No quiero ser hipócrita, como muchos, en decir que era “un amigo”. No lo fue. Pero puedo asegurar que fue un buen pibe, pensante y muy buena onda.
31 años. Una compañera de la vida. Dos hijos, uno de cuatro y otro de meses, que lo lloran. ¡Qué mierda! Pensar que hay tantos barriletes en el barrio que hacen de todo para encontrar a la parca, y justo te pasó esto a vos, que eras un flaco sano, trabajador y no buscabas quilombos gratis. (Aunque cuando te enojabas… pobre de aquel infeliz que se atreviese…). ¡Qué lástima que te fuiste!
Era boxeador. Según decían, se desempeñaba bien arriba del rin. En el pavimento también. En los casi diez días que estuvo internado -dicen los que lo vieron- que peleó como nunca antes lo habían visto. No pudo ganar. El 8 de junio a la madrugada lo noqueó ese maldito virus. Peleó como un campeón! Los que lo despidieron, vieron paz en su rostro luego de que se declarase su K.O.
El día del velorio te despidió el barrio. Esa noche el silencio copó la plaza. Nos juntamos 22.30 para salir a la casa de velatorios. Whiskey, birra, porro, merca y demás giraban para aliviar las penas. Vos ya los conocés a los pibes… ¿no Maxi? No te enojarías. A las 23.30 llegamos a Falcón y Homero. Pensar que esas 130 personas que estábamos ahí, tantas veces nos habíamos juntado para ir a la cancha y gritábamos desaforados por el blanco. Y ahora estábamos todos bajo un escalofriante silencio y llorándote. Fueron pocos los que entraron a verte. La mayoría nos quedamos en la calle apabullados por tu partida.
¡Qué sensación rara esa de la muerte! No creo en el paraíso o en la vida después del deceso, pero no puedo entender eso de que un cuerpo pueda yacer sin vida. ¿Será que tenemos alma o algo así? No lo sé, pero eso de ver a un cuerpo sin vida, me resultaba ingrato e incomprensible. Maxi no era ese que yacía sobre un ataúd. Maxi “Morrison”, “el Bonji” era alegría, era saludar con un abrazo, siempre estar con una sonrisa, hablar en forma segmentaba. Era un loco, un excelente narrador de anécdotas. Era de All Boys, de Floresta. Era del barrio.
- “¡¡¡Gracias por todo Maxi!!!”- le diría si pudiera.
- “Ehhh… Negrito… ‘Gracia’ hacen los monos...”- respondería.

Maxi: nunca te olvidaremos.

domingo, 7 de junio de 2009

Rock y literatura: buenos consejos que arruinan

Muchas veces se pone al rock y a la literatura como expresiones antogónicas del uso de los recursos de la lengua. Muchas veces esta interpretación puede ser correcta y en algunas, pocas por cierto, no. La conjunción de una parte de la canción “El monstruo que crece” del grupo de rock La Renga con el microcuento de Isidoro Blaisten “Más vale pájaro en mano que cien volando” pueden dar cuenta de esto. Ambas letras refieren a un mismo tema y, la primera parte de la canción continuada por el microrrelato, reflejan una situación irónica de las situaciones a las que están expuestas algunos seres humanos bajo este sistema. A continuación la primera parte de la canción (entre paréntesis) y luego el microrrelato “entre comillas”. (El miedo apuesta jugando oscuro. La jaula nueva con vos va a probar. Detrás de la ignorancia que mata, un buen consejo te puede arruinar.): “Mas vale pájaro en mano que cien volando. Eso le enseñaron. Lo mamó desde la cuna. Lo oyó desde sus primeros pininos. Se hizo carne en él. Entonces dejó volar a los noventa y nueve pájaros y apretó fuerte, bien fuerte, el que tenía en la mano. El pájaro murió asfixiado.” "Más vale pájaro en mano que cien volando", uno de los llamados “buenos consejos” que puede arruinar.

lunes, 1 de junio de 2009

"La ciudad" Salta capital. Diario de viaje


La baba formó un hilo entre la comisura de mi labio izquierdo y el buzo que hacía de almohada. Habíamos llegado a Salta, a la capital de Salta.
Hace 2 años, la última vez que había estado allí, no llegué a estar ni 4 horas en ese lugar. Aquella vez había llegado un día laboral y después de tragar humo de los colectivos, transpirar como no lo había hecho en todo el viaje, y de haber llegado hacía dos horas, salí a la ruta a “hacer dedo” para Jujuy. Esta vez pensaba darle una oportunidad de unas horas más a Salta capital, junto con mis compañeros de viaje nos quedamos unas horas más.
Eran las 2330 cuando arribamos a la Terminal, y no pensábamos armar la carpa. La idea era que después de que yo “tirase CVs” en un par de diarios al día siguiente, partiríamos a Purmamarca. Con la noche pegándonos cachetadas, teníamos dos opciones, o ir a un hostel y pagar $45, o “seguir de gira”. Nico y el Ruso se fueron al hostel. Barny, Tilín, Carillo y yo, decidimos por la opción 2. Como mucho pensábamos dormir un rato en la Terminal.
Al dueño del hostel en el que se hospedaron mis amigos “no le iba mal”, según sus palabras. Tener 5 hostel en una ciudad capitalina, vestir camisa Armani y que tu hijo se pasee en un Mercedes Benz está muuuuuuy lejos de “no irle mal”. No muy lejos (ahora sí) de donde este señor apocaba su condición, un hombre dormía en un recoveco de la calle abrazado a su fiel compañero cartón. ¿Cómo dirá él que le irá?
Son los síntomas típicos y característicos de una ciudad: unos lloran por no tener más y otros padecen en silencio sus carencias.
Volver a una ciudad cuando uno viene visitando pueblos es todo un golpe. En las urbes la gente no levanta la cabeza buscando el saludo, es más, cuando la gran mayoría te mira, con el peso de su mirada te hacen sentir visitante enseguidita nomás. “Porteños culo-rotos”, nos saludan desde un coche. Un grupo de adolescentes me cargan por la cachucha que cubre mi cabeza y me comparan con el Chavo del 8.
Algo que realmente sorprende en Salta es la gran presencia de las fuerzas represivas del Estado. Un agente de calle de Gendarmería custodiaba la puerta del bingo de la peatonal, dos policías vestidos de traje militar azul nos siguieron hasta que frenamos en una casa de comida, otros dos policías, vestidos con uniforme tradicional, bajaron de una camioneta y se llevan su paquetito de la casa de comida rápida.
Nos sentamos en una plaza a descansar y a comer algo. Luego la digerimos jocosamente. Un monumento en el medio reivindicaba y saludaba al presidente de la época Julio A. Roca. Al frente de la plaza el hotel más lujoso de la ciudad, el Alejandro Magno I, se impone. En el otro frente la unidad de la policía local también, no de la manera que lo hace el hotel, pero se impone.
Con la risa dibujada, caminamos por la calle Balcarce hacia las dos cuadras de los barcitos y boliches. Entramos a un bar en el que sonaba rock Chicas lindas -locales la mayoría- bien vestidas, “chicos fachas” –locales la mayoría- bien vestidos también. Nosotros, visitantes y mal vestidos –la mayoría-. Mucho rock and roll pero poca onda. Aburridos y mirándonos las caras de sueño y cansancio decidimos ir a otro lado.
En el interior del bar “El Cairo” tres mocosas de bellas facciones bailaban arriba de la barra. Entramos. Había joda, estaba divertido adentro. El alcohol, el jolgorio y las risas estaban presentes. Una persona que había visto una sola vez en mi vida hacía 3 años me saludó. Nos reencontramos. Eramos dos perfectos desconocidos que nos abrazábamos como si nos conociéramos de toda la vida. Una sola noche habíamos charlado y ahí estábamos abrazándonos con Eliana. Esas locuras que provoca el Norte.
Barny se ganó a una de las chicas que movían el culo arriba de la barra. La besó, la arrinconó y, por momentos, parecía que se la iba a comer como un caníbal. Ella y sus 2 amigas eran de barrio Norte, “de la cole”. Una morena de rasgos indios también quería besar los labios de mi amigo rubio de ojos claros. Y así lo hizo. “Mi amiga es una diosa, ¿cómo te vas a tranzar a esa boliviana?”, le reclamó una de las amigas de la primera en besar a Barny. Era una pobre pendeja caprichosa, nena de papi con plata, racista y superficial que sólo puede ver con los ojos. Este también era un típico síntoma urbano, pero esta vez era el de un porteño que cruza la Gral. Paz y se cree superior.
“¡Porteña sos, mereces morir!”, se despachó un salteño contra nuestra compa Carillo. Era un borracho salteño que no había entablado conversación profunda con ella, pero es probable que haya conversado con una tarada racista como la anterior y piense que todos los que nacimos en CBA somos iguales. Un pelotudo, pero bueno, los hay en todos lados.
Después de una divertida noche, volvimos caminando las 25 cuadras que había hasta la Terminal. Era lunes por la mañana, día laboral. En las primeras horas de la mañana parecía que los únicos que madrugaban eran los policías. Caminando, en moto, en coche, en bondi y hasta en bici pasaban. Todos vestidos de azules. Todos nos miraban fijo a los ojos. Todos (todos) los que vimos eran bien (bien) morochos, en comparación con el promedio de la población.
Fue una de esas noches que no queríamos que se termine. Cuatro mochileros caminábamos por el centro de una ciudad -muy lejos de la nuestra- contentos y jocosos producto de unas cuantas copas puestas.
Los segundos que madrugaron para trabajar fueron los barredores de calle y los barrenderos de las tres plazas por las que pasamos. Estos últimos barrían los pasillos con hojas de palmeras o algo así. Fue también uno de estos el que intentó correr a un perro de la plaza, y el cuadrúpedo de 30 cm. de altura en busca de contención se vino con nosotros.
Cuadra a cuadra se nos sumaba otro perro. Al cabo de unos minutos los había de todos los colores, tamaños y edades. “Falta uno y son los once de Atlanta” decía Barny con intención de molestar al Ruso que estaba destrozando la cama del hostel. Barny, el que más incentivado estaba, era el que separaba a los perros que se peleaban, el que castigaba al que no obedecía… el padre, podríamos decir. El entraba a una panadería y los perros tras él, él entraba a un supermercado y la jauría también tras él.
El reloj marcaba las 7.30 cuando arribamos con pleno sol a la Terminal de ómnibus. “¡Qué familia numerosa son!”, se burlaba y reía un hombre moreno con una pelota de coca que sobresalía en su maxilar izquierdo. Un muchacho joven de zapatos, pantalón azul y camisa blanca de mangas cortas se acercó hacia nosotros. “Acá no se puede entrar con perros”, dijo con tono sobrador. Como él sabía muy bien que no eran nuestros, le seguimos la corriente. “Pero son mis perros, me siguieron, los domestiqué…”, respondí con tono pedante. La situación era la siguiente: nosotros cuatros semi-ebrios tirados en el piso con nuestras mochilas, tres latas vacías de Quilmes yaciendo a nuestro lado, una bolsa de biscochos y diez perros callejeros durmiendo alrededor de todo esto.
A las patadas los echó. Con dos bastaron para que todos huyeran corriendo. Por como me miraba estoy seguro de que tenía muchas ganas de dármelas a mi. No hubo otra agresión porque un tercero le gritó: “¡Pará animal!”. Así fue que los perros se fueron y el animal (el de camisa) desapareció.
Le di la oportunidad a Salta de brindarle unas horas más, pero es una ciudad… con toda esa locura que ella implica.