jueves, 26 de febrero de 2009

El Mollar, Tucumán. Diario de viaje.


Después de una hora de ruta empezaba la parte de subir a los cerros. El micro que nos llevaba no era de lo más moderno pero el chofer, se notaba, conocía muy bien el camino. Era curva, contra curva, bajada, subida, curva en subida, contracurva en bajada, giro en “U”, y al conductor no se le mosqueaban ni las pestañas; en cambio mi novia dejaba marcado su nerviosismo en mi antebrazo en forma de uñas.
Así comenzó el viaje desde San Miguel de Tucumán a El Mollar por la ruta 307, la “Quebrada de Tafí del Valle”. Al rato de haber salido comenzó a caer una lluviecita que mojaba el asfalto. Precipicio siempre a la izquierda, el camino era una viborita larga y finita (como nos cantaban en el jardín) que, a diferencia de la canción, se paseaba por toda la quebrada. La lluviecita se intensificaba mientras de fondo una voz comentaba: “Con esta lluvia vamos a estar patinando por un cerro”. “Mientras se mantenga el rating y sigamos así espero que no tengamos que cambiar a ‘rodando por un cerro’”, pensaba.
Ninguna de las profecías tinelescas se cumplieron.
Fueron unos 50 km de curvas cerradas, caminos angostos y crucecitas y flores que recordaban a las víctimas que alguna vez habían rodado por el barranco de la quebrada sin poder contar lo que se siente.
A pesar de la sinuosidad de la 307, el paisaje era imponente al anochecer: todo el camino era por la plena montaña tapada de árboles tupidos. Tan tupidos que las nubes grises no podían apoyarse sobre el cerro y posaban su volatilidad sobre la copa de los árboles. Pensar que cuántas veces pasamos haciendo 4 ó 5 horas de una ruta plana y viendo siempre el mismo verde del lado derecho e izquierdo para terminar todos amontonados en una playa...
Una olla. Así se podría definir al lugar al que arribamos. Las paredes de acero inoxidable hacían de cerros alfombrados de pasto rodeando al dique La Angostura. En una de las llanuras entre el dique y los cerros se encuentraba El Mollar, un pueblo de 3500 habitantes. Frente suyo, del otro lado del dique, se instala el famoso Tafí del Valle, podría decirse “el Pinamar” de los valles tucumanos. Cuatriciclos montados por mocosos que vienen y van, 4 x 4, autos que cotizan en $s pueden verse en todo el lugar en el que una gran parte indígena vive en las ínfimas laderas a mitad del cerro.
Por las noches, la Quebrada de Tafí se oscurece y recién cuando empieza a salir la luna a medianoche pueden divisarse las nubes grises de algodón que se recuestan sobre su falda.
Muy tranquilo es El Mollar, la mayoría de los turistas que se encontraban en la primera quincena de enero de 2009 eran de lugares del interior, tucumanos y santiagueños en su mayoría; por suerte había poco porteño “fanfa”. La mayoría de los mochileros porteños actuales prefieren visitar el Cariló tucumano. Atravesado por la R307, y centralizado alrededor de la típica plaza de pueblo, es un hermoso lugar con gente cálida.
Pero por más cálido y bello que pueda ser estar alejado de “la civilización capitalina”, esto no quiere decir que no escape al sistema actual. Aquí, el Estado “de bienestar” tampoco llegó: un cartel del Ministerio de Planificación anuncia la construcción de una escuela en el plazo de 12 meses, empezada el mes 11 de 2007. ¨Lo único que puede observarse tras él son unas paredes sin techo y, dentro de estas, unos yuyos tan altos como las paredes.
Al irnos de El Mollar hacia Amaicha del Valle el Estado “de bienestar” también seguía ausente. Se le agregaba un pavimento en muy mal estado a la curva, contra curva, bajada, subida, curva en subida, contracurva en bajada…