
Sonó la aplanadora. Parecían muchos, pero eran sólo tres. Siempre las bandas populares suenan mejor en lugares no tan grandes. Así lo comprobó el Teatro de Flores. Unos tres varones idénticos (de 40, 13 y 9 años aproximadamente) esperaron ansiosos las dos horas de retraso. Gente de barrio, grupos de extranjeros y muy poca pendejada. Unas bestias arriba del escenario. La guitarra lírica de Mollo, los dedos de Arnedo y Catriel Ciavarella, que golpea la batería como si tuviese un ataque de epilepsia constante. Intenso, muy intenso.
El juego con los silencios, los golpes de batería y con el público fue una constante. Mollo firmó una remera que le tiró un hincha, puso otra remera sobre su rostro con la cara de Luca, hasta que en un momento pidió que dejen de tirarle "monumentos". Temas de ellos, covers de Pappo y algunos transnacionales, improvisaciones bluseras. No pararon ni un instante, fueron dos horas a puro rock al palo. Sonó la aplanadora.
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