sábado, 10 de julio de 2010

Don Maci

a Pablo Bosia

“La Leo es boliviana, cochabambina pa mejor decir. Los padres de ella nunca me quisieron…esas cosas vio. Éramos vecinos en San Pedro Jujuy, mi pueblito…Un día la alcé de su casa y con lo que teníamos puesto nos escapamos.”
Don Macedonio Espíndola me va contando su historia llena de pausas campesinas. Me pide que acerque leña fina al fogoncito, ramitas y algún que otro tronquito para que se haga bien la llama y la olla de hierro haga crujir la grasa de pella donde navega, vuelta y vuelta, la sopaipilla.
“…llegamos a Tupungato después de un año de andar la cordillera y nos quedamos para siempre. Hice todo. La construcción fue mi fuerte, pero hice todo vio? La uva, la manzana…”
El viejo es fuerte. De voz grave, precisa, la piel curtida por el sol cuyano de los veranos más relucientes y por el zonda, cual “aliento del mismísimo diablo”.
La mañana es de una belleza sobrecogedora.
Las lejanas viñas enrojecidas, el dorado en las alamedas del camino, los ocres y amarillos de las costas del arroyo compitiendo con las alturas diáfanas del cielo y las nieves eternas del Cordón del Plata, confirman aquello de “…no es lo mismo el otoño en Mendoza…”
“En la Carrera levanté la papa, viera qué trabajo compadre…Por ahí anda el canasto…” y señala el galpón dónde un enhiesto canasto de mimbre oscuro parece saludarlo.
“…he llegado a juntar setenta canastadas por día…” dice con el brillo en los ojos retintos.
“¡Meta más fuego compadre! La grasa debe bullir pa que la sopaipilla se quite ligerito…”.
Presuroso, agregó sarmientos y varas de manzano que ardieron de inmediato, como si acataran la orden del paisano. Don Maci, casi sin agacharse, con la destreza y la seguridad del que sabe muy bien lo que hace, pesca la masa dorada, crujiente y, delicadamente la descarga sobre otro canasto que la espera recubierto en papel de astrasa.
“…Aquí nacieron nuestros hijos, aquí hicimos la vida… Esas cosas vio? El campo, la montaña …” y me mira sonriente, pícaro, debajo de su sombrero de ala ancha .
Cuando el canasto desborda, atraviesa las asas de la olla con el pescante y la retira del fogón. Cubre el rescoldo con una chapa, toma el canasto con naturalidad y camina hacia la casa. Lo sigo a unos pasos. Deja el canasto sobre una improvisada mesa de carpintero.
El choco aternura el paisaje, una tijereta le pone música mientras la enorme pava gimiendo, anuncia la presencia de Doña Leo. Esmirriada, delantal recogido en la mano libre, esa bella cochabambina intuye que conozco su gran historia de amor.
Me saluda a dos mejillas, es otra mujer la que en un segundo ocupa su presencia y es una felicidad embriagadora la que me invade.
“Maci, viejo… que está el mate pué…”
Don Maci viene desde el patio que da a los cerros, trae un pan humeando, nueces y miel.
Son mis vecinos, allá en Gualtallary.

Relato escrito por el compañero Ismael Jalil

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