miércoles, 30 de junio de 2010

Amén

Así como me enseñaron a decir gracias, por favor y permiso, también me dijeron que cuando se pasaba delante de la iglesia había que hacerse la señal y besar la cruz que me habían colgado ni bien nacido.
En el jardín lo profundizaron. Me enseñaron a repetir unas oraciones que ni entendía y me inculcaron el temor por cometer pecados. En la primaria continué el mismo camino. Seguí con la cruz colgada de mi cuello y persignándome cada vez que pasaba por la iglesia. Aunque una vez llamaron a mi madre porque en clase de Catequesis, cuando hablaban de buenos y malos, habían puesto como ejemplos a policías y ladrones respectivamente. Había comentado con 9 años que hay gente que puede robar para comer y que había policías ladrones (ya desde chiquitito). Me había salido un cachito de la línea. Aún así tomé la comunión y seguí pensando en que iría al infierno. En ese tiempo estaba empezando a descubrir mi cuerpo y el placer del autosexo. Pensaba que la lujuria era un pecado potenciado que aceleraría ese camino.
Poco a poco el cuestionamiento hacia la existencia de un dios y hacia la cristalización de ese dogma en una institución como la iglesia, se fue acrecentando. ¿Existía realmente un dios? En caso de existir, ¿se llamaba Dios, Cacho o Rubén? ¿En caso de que exista y se llame Dios, la iglesia representaba fielmente las premisas de él y su “supuesto hijo” Jesús?
La adolescencia me encontró bien infiel: mintiendo por deporte, masturbándome en cualquier momento y lugar. La iglesia que hablaba de que “de los pobres es el reino de los cielos”, se quedaba en la premisa y no hacía nada por modificarlo, el Vaticano estaba (y está) lleno de oro… Fue así que empecé a interesarme por la historia de esa institución que signó y arruinó mi infancia. Y no fue la mía la más trágica.
Persiguieron a miles de “infieles”, siempre junto al poder de turno: los señores feudales en la edad media y con la burguesía en la actualidad. Inquisición, matanza de los originarios por no respetar la Biblia y demás demases.
Hoy ya no me hago la señal de la cruz cuando paso frente a la iglesia. Por lo que interpreto, Jesús fue un gran hombre y un revolucionario para la época, por eso lo mataron. Alguna vez dijo: “Es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja, que para un rico entrar al reino de los cielos”. Ya ni me acuerdo del “padre nuestro” y cada vez paso por una sede del dogma oficial católico, me beso la wipala que cuelga sobre mi cuello en homenaje a todos los originarios que murieron por y con su venia.
Amén

Foto extraída de aquí: http://blog.cuandocalientaelsol.net/wp-content/uploads/2006/10/amen.jpg

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