miércoles, 17 de febrero de 2010

De a poquito, pero sin freno, el Planeta se enfila hacia el cataclismo

Copenhague: donde los poderosos le dan la espalda al destino de La Tierra

La Conferencia de las Naciones Unidas sobre el cambio climático que se realizó en la ciudad de Copenhague en diciembre pasado pasó con pena y sin gloria. Esta cumbre si dejó algo en claro: si realmente se desea que la raza humana no desaparezca en un futuro, se van a tener que hacer cambios significativos en los modos de producción. De seguir de esta manera, alentando la voracidad del consumo y maximizando ganancias a cualquier costo, el Planeta corre riesgos de daños irreversibles.

Es innegable que las inundaciones, incendios forestales, sismos y demás fenómenos naturales han aumentado en los últimos años producto del recalentamiento del Planeta. Es por eso que para algunos optimistas, la Cumbre realizada durante diciembre pasado en Copenhague era una de las últimas oportunidades de cambiar las pautas de producción para salvar nuestra civilización en La Tierra. Y no es una exageración.

Los días previos a la cumbre eran de un gran optimismo para la prensa y las clases políticas mundiales. Supuestamente, Estados Unidos se comprometería a reducir significativamente sus emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). Estaba todo listo para que sea un éxito, por lo menos en las palabras. El Nobel de la Paz que envió hace unos meses a 30 mil jóvenes a la carnicería que se convirtió la guerra contra los talibán en Pakistán y Afganistán, llegaría sobre el cierre, daría la noticia de un acuerdo con China y la India y la cumbre terminaría con un acuerdo para salvar al Planeta. Y como en una película de Holliwood, EE.UU. preservaría a la especie humana del desastre.

Nada de eso pasó. Si el Protocolo de Kyoto fue un fracaso, el documento firmado en Copenhague es una burla. Al cerrar la Cumbre, el texto impulsado por EE.UU. no establece ni fechas ni porcentajes para la reducción de las emisiones de gases y se limita a proclamar que “el calentamiento global es un problema grave del planeta”.

El antecedente de Kyoto

El protocolo de Kyoto, firmado en 1997, fijó que para el 2012 se reducirían en un 5 por ciento la cantidad de gases emitidos a nivel global en comparación con los tomados en el año 1990. Las disminuciones -aunque insignificantes para el frenar el calentamiento global- no fueron cumplidas por ninguno de los países desarrollados. Para que se plasme el Protocolo, este debía ser ratificado por los presidentes de los países responsables de al menos un 55 por ciento de la emisiones de dióxido de carbono. El tratado entró en vigencia cuando Rusia lo ratificó recién en 2004, luego de que la Unión Europea se comprometiera a abonar el dinero para la reconversión de su industria. Ni Bill Clinton ni George Bush hijo ratificaron el acuerdo. Es más, en el 2001 EE.UU. se retiró del Protocolo.

La hipocresía adentro

La Cumbre de Copenhague se desarrolló en un gran clima de hostilidad retórica donde ni China ni Estados Unidos (las dos naciones más contaminantes) quisieron ceder ni un milímetro respecto del otro. El grupo de los 130 países en desarrollo tuvo un rol poco relevante en las decisiones finales. Quizás hayan sido los representantes latinoamericanos del ALBA los que tuvieron la posición más firme respecto al objetivo de la Conferencia, ya que fueron los únicos que no estuvieron de acuerdo con el vergonzoso documento con el que culminó la Cumbre para encontrarle solución al Cambio Climático.

Al optimismo del principio se le coló un escándalo justo un día antes de empezar la cumbre. Un intercambio de correos entre investigadores que participarían de la conferencia mundial fueron publicados en sitios de Internet. En los mismos se intentaba manipular las cifras para relativizar las razones del cambio climático. Esta filtración pública revelo como muchos directivos políticos, ligados a hegemónicos grupos económicos con todos sus aparatos burocráticos detrás, intentaban mentirle al mundo sobre las consecuencias del cambio climático, para seguir ganando cifras millonarias sin el menor respeto por la naturaleza y la vida de los pueblos.

Unos días más tarde del escándalo inicial, el grupo que representaba a los 130 países en desarrollo –entre ellos la Argentina- amagó con retirarse de la conferencia. Alegaban que “los países más desarrollados no tenían intenciones de ceder una suma de dinero importante para reformar las industrias de los países en vías de desarrollo”. Ese mismo día, luego de negociaciones, presiones y promesas de los mas poderosos, regresaron a la cumbre y al final terminaron firmando el documento con el que cerró Copenhague.

Otro momento candente se dio casi sobre el final. Con la presión de tener el cierre de la cumbre sobre sus hombros, y sin ningún acuerdo importante y concreto para ceder algún gramo de GEI, (Gases de Efecto Invernadero), los diplomáticos chinos y estadounidenses tuvieron discusiones encarnizadas ya que no se ponían de acuerdo en dos temas: la cuota de reducción de GEI que le tenía que corresponder a cada uno y cómo se administrarían los fondos para los países más pobres. China aseguró que si su economía se duplica -como se estima- para el año 2020, sólo aumentará en un 50, y no en un 100 por ciento, la emisión de gases respecto a los niveles del 2005. Por su parte, EE.UU. se comprometió a reducir apenas un 17 por ciento para el año 2020 respecto de la cantidad de emisiones del 2005. Sería cerca de un 4 por ciento respecto del acuerdo de Kyoto. En el acuerdo final no figura escrito nada de eso.

Quizás la posición más tajante respecto de la farsa que resultó Copenhague la tomaron los países del ALBA (Cuba, Bolivia, Venezuela y Nicaragua) sumado a Sudán, quienes se opusieron al documento final firmado por la mayoría. Más allá de algunos cuestionamientos en materia política, social y económica que se le puedan hacer a Hugo Chávez y a Evo Morales, fueron los que se pronunciaron de manera más racional respecto al papelón que resultó la Cumbre Climática.

Evo, el primer presidente descendiente de originarios de América Latina explicó que “el cambio climático no es una causa sino una consecuencia del modo de producción capitalista” y aseguró que “los países ricos tienen una deuda climática con los países pobres y deben pagar para devolverle el espacio atmosférico arrebatado”. También calificó de ridícula la cifra de 10.000 millones de dólares anuales ofrecidos por EE.UU. hasta el año 2012 para reformar las industrias de los países subdesarrollados. Por su parte, el líder bolivariano se hizo eco de una de las arengas de los miles de jóvenes que protestaban afuera: “¡Si el clima fuera un banco ya lo hubieran salvado!”.

La represión en las calles

Si hubo un acuerdo entre varios países fue para reprimir. Las fuerzas de seguridad danesas fueron reforzadas por policías de Noruega, Alemania y Suecia. Antes del comienzo de la cumbre, el Parlamento danés sancionó una norma que otorgó a la policía amplios poderes para realizar detenciones preventivas y alargar las penas de prisión por desobediencia civil.

La represión a los miles de jóvenes que llegaron de toda Europa para protestar fue de gran magnitud. Muchos corresponsales de diarios argentinos y de otros países latinos así lo afirmaron en sus crónicas. El Estado de Dinamarca arrestó a razón de casi 500 personas por día. Hubo palos, golpes, gas pimienta y gases lacrimógenos. Los detenidos eran llevados a una especie de campo de concentración cerca del puerto donde se improvisó una cárcel construida con alambradas. La mayoría eran esposados con precintos y abrazaderas y los mantenían esposados durante horas con los brazos en la espalda y tirados sobre el frío suelo europeo.

El planeta en peligro

Más allá de lo que pueda analizarse de la coyuntura sobre la Cumbre, el problema de fondo es, como siempre, el dinero. Para atenuar los efectos del cambio climático, los científicos aseguraban que deben recortarse en un 30 ó 40 por ciento las emisiones de GEI para que la temperatura promedio de la Tierra no aumente en más de dos grados en el corto plazo. Y eso cuesta plata.

Los países desarrollados son responsables del 80 por ciento de las emisiones de gases y no quieren pagarle a los más pobres para saldar la deuda ambiental que tienen con ellos por las consecuencias que padecen producto de la contaminación de los ricos. Según algunos especialistas, una doceava parte de la plata que se utilizó para salvar a todas las entidades bancarias entre 2008 y 2009 bastaría para realizar tareas significativas que eviten el aumento del calentamiento global. El dinero requerido sería una cifra menor de todos los gastos militares que se hacen al año en el mundo.

En una pelea entre dos potencias por dominar el mercado económico, ninguno está dispuesto a ceder ni un peso. Los que más contaminan son los que más producen: EE.UU. y China. Para disminuir la emisión de gases se debe -entre otras cosas.- disminuir la producción y -por ende- el consumo. Eso se traduce en ceder ganancias y generar una política de racionalización del consumo. Y bajo el modo de producción capitalista (maximización de ganancias al menor costo posible) eso sería una contradicción. Ni siquiera quieren hacer concesiones, aunque sea la supervivencia de la raza humana la que esté en peligro.

Y no es una frase sin sustento empírico. De ser reales las proyecciones de aumentos de emisiones de GEI, y si se continúan deforestando bosques, para dentro de 40 años la temperatura de la Tierra aumentará entre dos y casi cinco grados. Los glaciares y los polos se derretirán elevando el nivel de los océanos, las islas desaparecerán, las ciudades costeras se inundarán, se extenderán las sequías y los huracanes, tornados y tifones se contaran por miles. Esto afectará a un cuarto de la población mundial, sobre todo a los habitantes del Hemisferio Sur.

Como bien señaló Ignacio Ramonet, director de la edición española de Le Monde Diplomatique, “existe una grave contradicción entre la lógica del capitalismo (crecimiento ininterrumpido, avidez de ganancias, explotación sin fronteras) y la nueva austeridad indispensable para evitar el cataclismo climático”. El título de la nota era “Ultimátum a la Tierra”. De seguir con este voraz consumo de los recursos naturales es una certeza que nuestros descendientes se verán en serios problemas de subsistencia.

Kyoto puso metas y terminó siendo un fracaso. Copenhague ni siquiera eso, fue una burla. ¿Qué se puede esperar de la Cumbre Climática que se realizará este año en México? Mientras tanto el Planeta, de a poquito pero sin freno, se enfila hacia el cataclismo.

* Nota publicada en el diario "El Adán de Buenos Ayres" en el mes de enero de 2010

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