
“Tengo 130 sables arrumbados en el cuartel de Granaderos a Caballo, por falta de brazos que los empuñen…” dijo el general. Llegaron muchos más. Hasta quedaron brazos sin sables. Así partió el general y liberó a los territorios que luego serían Argentina, Chile y Perú. Ni siquiera había imaginado aquellos nombres para lo que creía su patria. Imaginaba algo mucho más grande. “No hay revolución sin revolucionarios. Los revolucionarios de todo el mundo somos hermanos” dijo. Luego de liberar bastos territorios de las garras coloniales españolas, llegaron sables y armas a montones. Esos sables ya no estaban arrumbados sino en manos de enemigos –ahora sí- nacionales. En Francia, casi en el olvido, sintió la fatiga de la muerte.
* Foto de Paula Ferro
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