viernes, 4 de diciembre de 2009

Fiebre

La clase de lógica en filosofía en Puán lo encontró admirado por como ella increpaba a unos militantes de un partido de la facu por haber puesto un cartel de campaña sobre una pintada por la aparición de Luciano Arruga. En otra clase la volvió a ver, esta vez discutiendo teoría con una profesora sobre materialismo histórico. Él la apoyó enseguida mientras los demás compañeros la miraban como si fuese una desubicada. Militaba en MST. La piel blanca, la mente abierta. Él militaba pero en una agencia de contra-información. Se habían prometido birrear y charlar profundamente. Vivían cerca del centro geográfico de la ciudad pero se juntaron en el parque Avellaneda; se sentían más cómodos cerca de los barrios obreros del sur. Entre debates sobre luchas de trabajadores y burocracias sindicales en el país, las comparaciones con los gobiernos burgueses de Chávez y Evo -concluyeron que lo son porque fueron elegidos bajo la democracia capitalista- y lo empíricamente comprobable con las teorías de distintas corrientes teóricas de filosofía. Entre Heineken-Quilmes-Palermo (en ese orden) se sucedieron los debates, discusiones y peleas, hasta que llegaron los besos muy a pesar de que no se gustaban tanto físicamente. A los besos le sigueron las caricias y la entonada de la malta hizo que alguna mano se pierda entre las ropas y las carnes y luego la confesión que lo sorprendió más por lo previsible que por lo inesperado: “Mi novio me debe estar esperando en casa pero no pasa nada. Se debe imaginar que estoy con alguien. Tenemos una relación muy abierta. Si queremos estar con otra persona, nos respetamos. A mí me gustas y por lo menos nos podemos echar medio polvo en esta arboleda”. Por los manifiestos corporales y de sus palabras, llegó a la conclusión que tenía fiebre uterina. Tan pasmado quedó que no emitió más sonido que los gemidos de los 3 medios que se perdieron entre los sauces, robles y la casa de Nicolás Avellaneda.

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