lunes, 19 de octubre de 2009

Viaje al empirismo

Pensó que no hablaría más con ella. Mucho menos que la vería. Ya hacía como dos años o más que no sabía nada, aunque el calendario cristiano estaba empeñado en señalar que eran meses. Era el almanaque el que no sabía nada. Una tarde su teléfono sonó. Al primer llamado no respondió. Al segundo sí. Quedó callado al volver escuchar su voz. Sus respuestas eran monosílabas y de sus ojos caían lágrimas. La extrañaba. Mucho. Demasiado. Esa misma noche tocaba aquel dúo jujeño de folklore que tanto los hacía recordar aquel viaje. Ambos sabían que quizás se cruzarían allí. Que viajarían. De ahí el llamado. Quizás para que viajasen juntos. Y así fue. El joven de barba guevarista pensaba que vería a una mujer distinta, a la antítesis de esa a la que él había amado. Creía que había mutado a una versión de burguesa seudo-progresista. Quizás era su deseo para poder olvidarla y que así cayera de ese altar del que no podía derribarla. Ese altar eran todos sus pensamientos, el mismo tic-tac del reloj. Mientras la esperaba se rascaba su barba contra una pared de concreto y escuchaba el sonido del bombo y el palo de lluvia, al mismo tiempo que una Quilmes amenizaba su angustia oral. Hasta que –al fin- la suavidad y calidez se posó en forma de mano sobre su hombro. Atinó a reírse y muy lentamente viró para volver a posar su mirada sobre ese ser que tanto lo había hecho feliz. Fundiéronse en un abrazo como lo hacían en tiempos viejos aquellos. Lloráronse hasta untarse las aguas y secreciones en sus caras. Sintiéronse como siempre y como nunca habían dejado de hacerlo. La vio igual. O más linda aún. Sensible, descarada, dulce, emplumada, alada, eterna. Le acarició todas las partes de su cuerpo, la miró, la vio, la observó, la ojeó. La besó en todos los rincones de su rostro, a excepción de su boca. Ella deseaba que él le inundara el paladar con su lengua, pero no podía serle infiel al que la coteja en la actualidad. Pero qué importaba un beso cuando podía sentirse que, a pesar de los terceros, su amor estaba intacto. Ya la peña, la música, las doscientas personas que los rodeaban quedaron sólo para contextualizar. Nadie entendía por qué esos dos locos sentimentales lloraban, bailaban, cantaban, se acariciaban, besaban, reían, volvían a llorar y luego a reír otra vez. Es que el amor y la felicidad a veces no hacen el mismo viaje. Ella sale con otra persona con la cual está intentando ser feliz y él conoció a alguien que es un salvavidas en la tempestad oceánica en que se convirtió su vida sin ella. Se dijeron cosas que nunca imaginaron: Yo lo hice con él. Y yo con ella. En su casa fue la primera vez. La mía también. Yo me acordé de vos en aquel momento. A mí me pasó igual. También se compararon y, de alguna manera, salieron respectivamente vencedores respecto de sus nuevos compañeros. Sin embargo, a pesar de tener los sentimientos intactos y recíprocamente inalterables, para ellos la realidad es empíricamente contraria al sentir. Ambos están mejor separados. Muchos dijeron que el recital fue un viaje al Norte. Para ellos fue un viaje al pasado o, mejor dicho, a un presente lleno de sentimientos mutuos donde la felicidad y el amor recorren diferentes caminos y en el que la realidad es empíricamente contraria al sentir.

1 comentario:

  1. Al leer este post se me contrajo el alma. Ojalá alguien me quisiera así. Que vos quieras asi es hermoso. El dolor de saber que no está más la posibilidad del otro es terrible, pero es sano entender los motivos de esta no posibilidad. Es un camino. AJ

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