Recuerdo que eras una piba varonera, macanuda, simple, con pocas pretensiones, media melanco y bastante machona. Poco a poco nos fuimos conociendo y en algún momento llegamos a ser “amigos”, o algo así. Las circunstancias de la vida hicieron que nuestros rumbos se separasen y no nos viéramos por un tiempo largo, aunque por terceros siempre supimos algo el uno del otro. Te alejaste de todos tus amigos del secundario, de las carreras tradicionales (abogacía, medicina, contador) elegiste la de los números reguladores de la plusvalía kapitalista, ya no te vestís de joggings y tratas de cuidarte con vulgarismos masculinos (aunque no sale siempre bien).
Las últimas veces que nos habíamos cruzado me saludabas con un beso frío, diplomático, sin goce de afecto, tus palabras para conmigo eran con p (parcas, pocas, pacatas). Había tanto de resentimiento, envidia y recelo en tus actitudes. Hasta que pasó eso que siempre deseaste y con lo cual contribuiste para se cometa.
Me cuesta, pero entiendo que ahora te acerques con cara de póker, a saludarme, abrazarme, a charlarme como si fueses aquella adolescente varonera, simple, buena y machona que ya no sos.
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