viernes, 30 de octubre de 2009

Salvavidas

Apareció ante mi cuando menos lo esperaba. Lo divisé lejos, allá por el horizonte. Los brazos ya no me daban más de tanto nadar. Desde hacía varios meses, la tormenta y las olas venían pagándome tal como si fuese bola de flipper. Y ahí se lo vió. Ahora más claro. Llenito de aire, flotando y riéndose de la tempestad. No pude no ilusionarme. Ya imaginaba pisar tierra firme con sólo ver esa esperanza. No veía la hora de apoyar –por fin- los pies sobre el piso. Nada podía ser mejor. Eso creía. Aparte de lo que significaba, era hasta lindo. De colores claros y transparentes. Ya casi podía disfrutar de la salida de este ciclón. Pensaba en los días de sol, de pasto, de mejillas tostadas, de sentirme mojado por el sudor y no por el mar y la lluvia. A medida que más me acercaba, más maquinaba mi gorra. Era casi indescifrable saber si alimentaba la ilusión de salir de este naufragio o si ya me era insostenible soportar esta tempestad que había construido yo mismo con mis lágrimas. Ya casi me separaban unos ínfimos centímetros. Fue así que tuve un atisbo de co-inconsciencia. La relación salvavidas-naufrago no podía no tener sino un final misceláneo. Y se alejó. O me alejé de él. O lo alejé de mí. Antes había dejado atrás una balsa, una isla y delfines por razones parecidas. Me resultaba insoportable cualquier utilización para salir de esto. No lo toleraba. Y no podía mentirme. Y menos a quien me había ofrecido su condición en esta situación. Fue un acto de sinceridad. Sincericidio dirán algunos. El salvavidas, decepcionado, siguió flotando. Buscando dentro de ese mar lleno de naufragos que es la vida. Yo, al fin, me di cuenta que la única forma de atravesar esta tempestad de manera honesta, es enfrentándola con mis propios medios: nadando y dejando de retroalimentar este océano de lágrimas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario