jueves, 22 de octubre de 2009

Infiel

Creo que el 106 es el colectivo que más me tomé en mi vida. Al primer colegio, al segundo, a la plaza, a lo de la novia, a la cancha, a otros tantos lugares. Sin embargo tan fiel que es conmigo, lo engaño. Cada vez que tengo que optar, cuando coinciden en el tramo, me decido siempre por el 181. Pasa menos, lo espero más, los coches son viejos y tienen poca luz. Viaja, generalmente, poca gente y muy diferente a la del 106, quizás porque va y viene del conurbano y ni roza eso que es el centro neurálgico de la Gran Ciudad. Es un colectivo desfachatado. Los choferes no visten uniforme, algunos tienen pelos largos, otros remeras agujereadas y hasta alguno, una vez, se animó en la madrugada a encender un porro mientras manejaba. Otro, un pelado al volante con cara de pocos amigos, al volver borracho de algún lado y sin un metal para poner en su ranura, nos dejó pasar con sólo un petitorio: “Si sube el chancho, lo cagan bien a palos”. Su motor hace un hermoso y ensordecedor ruido, cuando frena sus campanas chiflan como cuando sale un equipo visitante en una cancha de ascenso, las puertas se abren con el mismo sistema que hace 10 años, los asientos siguen siendo de caños rellenos de goma espuma y recubiertos con cuerina que hay veces ausencia por su brilla. No cambió su color desde que de chiquito me lo tomaba para ir a lo de mi abuela. Tampoco cambió su recorrido. Desfachatado y rojo, subo, lo abarco y gozo de todas sus carencias materiales y de su cómoda incomodidad. En él disfruto de todo lo que no me ofrece y me siento el infiel más feliz y libre que hay.

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