Cacho es Luis Carballo. Me enteré el otro día cuando comimos una pizza él, mi hermano Tilín, Tomi -de apenas 8 años- y yo. Fue en la vereda sobre unos cartones que sacó de su casa rodante estacionada en Franklin entre Gavilán y Boyacá, frente a la vieja fábrica de Bonafide. Nunca supe porque le decía Cacho. Él tampoco. Siempre me cayó bien. Cada vez que le preguntaba como andaba, respondía: "Una maravilla". Una noche de verano nos animamos a tratar de conocer un poco de esa maravilla.
Tiene 47. Nació en la que alguna vez fue la ciudad más poblada del mundo: Potosí. En el país más rico en recursos de Latinoamérica y uno de los que más pobreza padece: Bolivia. A los 15 años llegó a Mar del Plata para trabajar en la construcción. En una obra, un compañero le presentó a una amiga que lo siguió hasta octubre del año pasado: la botella de alcohol.
Cacho ríe siempre mostrando sus dientes grisáceos y cerrando los ojos como un oriental. Recuerda los hechos que marcaron su vidad por los cambios en los procesos políticos del país. "Llegué a la Argentina cuando estaban los militares. Todos los días me metían preso por borracho. Me echaban 'ahí' a la noche, me largaban a la mañana y me iba a trabajar. Cuando vino Alfonsín cambiaron la ley y ya no podían meter presa a la gente por tomar. Cuando venía algún policía a ver por qué estaba tirado en la calle, le decía: 'Estoy en pedo, lla!'", comenta concentrado y largando una carcajada al final.
Después de comer la pizza con faina y tomar una siete arriba, jugamos un chin-chón con un mazo de cartas constituido por varios mazos (distantas marcas, colores y tamaños). Tomasito nos ganó otra vez. El principiante de cuarto grado hizo chin-chón jugando de a 4. Algo casi imposible. Luis seguía contándonos de su vida. Luego del "la casa está en orden" se vino a Buenos Aires y conoció a una mujer. Se enamoró, tuvo una hija y "perdió la botella”. En la constructora lo habían ascendido a capataz. Todo parecía irle de maravilla cuando la vida lo golpeó. "En época de Menem mi señora cruzaba Rivadavia con mi hijita de 3 años y en Plaza Flores un colectivo las atropelló. Ahí se me vino todo abajo. Busqué la botella, la encontré y me perdí de todo”, comenta cabisbajo derramando una lágrima. A partir de allí anduvo durmiendo en plazas, baldíos y en cualquier recoveco que lo encontraba ebrio.
A partir de ese día casi no recuerda sus días. Tuvo un compañero con el que compartió cartones, nylons y restos de comida hasta que un día se lo llevo el SAME por un pedo feo que se había agarrado. Terminó internado en un geriátrico y nunca supo más nada de él. Luis el día de su cumpleaños juega unos pesos a la quiniela a la edad que deja. En la época de De
Cacho no está solo. Cartucho, Negra y Juanita lo acompañan. Un perro y dos gatas. Cartucho lo sigue a donde vaya y comió una porción de muzza con nosotros. Negra se divirtió jugando con una aceituna y Juanita acechó a una rata atrapada entre la pared de la ex-fábrica y una alambrada que impedía que la agarrase. Es feliz. Se ríe mucho. Ganasé unos mangos lavándole los coches a los oficiales de la 50. Le pagan entre 5 y 10 pesos. Los vecinos le convidan con comida. Dejó el alcohol desde la última vez que lo llevaron al Álvarez y estuvo 10 días con suero y se escapó. La iglesia –dice- que lo ayudó a salir del alcohol. En retribución colobora con el cura juntando limosnas.
Día a día resiste los embates de ese dolor eterno de haber perdido a una familia, regalándole una sonrisa grisácea a quien pasa y lo saluda. Cacho despierta lo más fraterno que hay en uno. Después del aceite en las manos, las cartas engrasadas y las sillas de cartón, empiezo a entender un poco porqué anda de maravilla.
Me conmovieron las historias,cuanta sensibilidad. Gracias por publicarlas.!!
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