lunes, 8 de febrero de 2010

Próxima estación: Esperanza

Luego de más de un año volví a entrar a la estación de trenes de Constitución. A esa convivencia extraña entre personas tristes, furiosas y desangeladas con trabajadores y policías soberbios, furiosos y altaneros. En la estación hay un nuevo chiche para distraer a los trabajadores. Una gigantesca pantalla de televisión que reproduce al lunes noticias del viernes; esa que intenta disfrazar a la estación de primermundista mientras el servicio de transporte es de 4ta.
40° en la calle. 50° en el tren a locomotora que va a La Plata. Un agua fresca, 4 pé. Un guaraní descansa su pera contra el pecho luego de una tarde de maltas muchas. Un súbdito represor del Estado sube en Sarandí. Se abraza y se deja hasta pegar por un viejo compañero, pero revisa y hasta humilla a otro que, pasado de vasos, intentó saludarlo de manera amigable. ¿Por qué tanto tomador de cerveza? ¿Será porque el tren atraviesa el partido cervecero?
En un mismo asiento confluyen dos estudiantes que leen a Mario Benedetti. Uno, “La Tregua”; la otra, una antología de poemas. Un gurí catorceañero vendedor de bolígrafo-linterna me niega el ofrecimiento de un trago de agua con la misma frialdad con la que YO rechacé su mercadería. Llego a destino. (Qué fea palabra “destino”). El viaje de regreso será igual. Lleno de más seguridad privada y gendarmes. La caricia y el abrazo de una nena que vende estampitas en agradecimiento por el turrón que le compré, será solo una tregua del viaje entre proletarios tristes, cansados y sin sueños inmateriales. La protagonista de “La Tregua ferroviaria” se llamaba Esperanza. Lindo nombre, ¿no?

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