domingo, 10 de enero de 2010

Ir

Los trenes no van a ninguna parte. Es por eso que se la pasó a bordo de ellos. El Roca para ir a la quinta de sus abuelos en Plátanos. El furgón del Sarmiento, entre bicis y porros, lo acercaban al trabajo. El Belgrano Sur, donde convergían trabajadores informales y la hostilidad represiva estatal, lo llevaba a lo de su padre. En uno bien chiquito llegó a Lobos para pasar un fin de de semana inolvidable de amor y lujuria en carpa. El Mitre lo depositó en Tucumán. De Uyuni a Tupiza atravesó el desierto de sal montado en rieles bolivianos mientras la luna llena transformaba el salar en un paisaje lunar. Hace un rato largo que no se sube a una de esas masas de hierros que se desplazan sobre rieles. Ahora permanece en lugares fijos: una casa, un trabajo, una facultad. Se siente seguro. Feliz por estar. Triste por no ir a ninguna parte.

Foto extraída de http://www.suspendelviaje.blogspot.com/

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