Índice
Visiones del sistema
- El sistema (I)
de Eduardo Galeano
- El sistema (II)
de Eduardo Galeano
Fuerzas represivas del Estado
- Jorge Rafael Videla
de Martín Goloboff
- El teniente me dijo
de David Lagmanovich
- Botas
de Orlando Van Bredam
Aparatos ideológicos
- Urnas colmadas
de Ana María Shúa
- La televisión
de Benito Martínez
- La rueda
de Patricia Calvelo
Sucesos políticos
- El crimen perfecto
de Eduardo Galeano
- Cayó el muro
de Orlando Van Bredam
Prólogo
La escritora Laura Pollastri dice que el origen del microrrelato, netamente moderno, tiene que ver con la actitud tras la que reposa: presenta una visión crítica ante lo real y ante la literatura misma. Nada mejor entonces que un género literario intrínsecamente crítico que aborde algunas cuestiones, hechos o situaciones propias del modo de producción capitalista. Este sistema creó las condiciones para que se diera, en este momento y en este lugar, esta antología crítica a su imperio.
La deconstrucción de la hipocresía libertaria del sistema debe ser planteada desde todos los ámbitos. Y los microrrelatos no deben ser la excepción. Esta recopilación pretende congregar las originales y rebuscadas formas que tiene este género literario de cuestionar y llevar al extremo realidades cotidianas, que no son más que el resultado de construcciones históricas que pocos gozan y muchos padecen. Con sus peculiares recursos, algunas alusiones y mediante un uso particular de la lengua, el microrrelato hizo arte del desastre que genera el Kapital.
El microrrelato es una ficción muy breve que trasciende las restricciones de los géneros literarios. Posee un conjunto de rasgos característicos que lo diferencian de las demás formas literarias breves, los cuales pueden darse en conjunto o no. Tanto Pollastri como David Lagmanovich coinciden en señalar la
brevedad como el principal rasgo del microrrelato. Ambos, también convienen en la
intertextualidad, la alusión a un texto previo. Por eso, dice Pollastri, que este tipo de texto requiere de un
lector activo y cuya biblioteca sea amplia.
La escritora señala que al estar dicho todo con menos palabras, los componentes del texto funcionan como
estrategias narrativas en donde se utiliza un
empleo especial de los recursos de la lengua: multiplicidad de sentidos, elipsis, repeticiones, etc. Lagmanovich llama
experimentación lingüística a este último rasgo. Pollastri caracteriza como propia del microrrelato la
fragmentariedad, en tanto el texto se percibe como parte de otro más extenso.
Por otro lado, Lagmanovich indica que en los microrrelatos contemporáneos es recurrente la
velocidad, esa rapidez narrativa con la que se desenvuelven. A su vez, otro escritor, Raúl Brasca, llama a estas piezas literarias “cuentos brevísimos”. Éste agrega la noción de
concisión, que reúne los términos de
brevedad,
precisión y el de
intensidad expresiva que alude al sentido de que aquello que se encuentra más concentrado es más potente. También explica que para lograr eficacia, el autor induce el final con efectos súbitos.
Si bien Raúl Brasca señala que, al ser el microrrelato un género contemporáneo, no puede hacerse un proceso evolutivo, David Lagmanovich efectúa un recorrido histórico a partir de su aparición en Argentina. El género se inició –de manera contraria a la propuesta aquí- con Leopoldo Lugones, un intelectual defensor de la clase terrateniente de principios de siglo XX. La mayoría de sus textos giran alrededor de cuestiones filosóficas o religiosas y se perciben como estáticos. Jorge Luis Borges, Julio Cortázar y Marco Denevi son los clásicos del microrrelato. Dejaron una huella imborrable que se sigue reproduciendo: experimentación lingüística, uso de un lenguaje tensado, búsqueda de mecanismos no tradicionales, reescritura, etc.
Otros autores como Adolfo Bioy Casares y Enrique Anderson Imbert fueron un puente entre estos clásicos y los contemporáneos. En sus relatos puede observarse con más frecuencia esa característica de
velocidad, algunos dejan en el lector una sensación de perplejidad. Entre los actuales más destacados están Raúl Brasca, el fallecido Isidoro Blaisten, Ana María Shúa y Laura Valenzuela. Quizás estas dos sean las más creativas y originales, tanto por su imaginación y soltura en todas las categorías de microrrelatos, como también por la producción simultánea de otras formas literarias.
Los microcuentos están agrupados bajo cuatro temáticas capitalistas: la primera propone dos
visiones del sistema. La segunda contiene tres textos acerca de las
fuerzas represivas del Estado, esenciales para acallar cualquier protesta contra el orden establecido y garantizar la explotación de la clase trabajadora. Los
aparatos ideológicos de la clase dominante reproducen sus valores e intereses mediante los medios de comunicación, los dogmas religiosos, la emisión del sufragio, entre otros; estos temas están concentrados en el tercer subgrupo. El cuarto conjunto fue aglomerado teniendo en cuenta
sucesos políticos que acontecieron en la joven y voraz vida del kapitalismo.
En las dos versiones de “El sistema” puede notarse cómo Galeano en uno de ellos homologa éste sistema con una máquina, con el país y juega con el paso de la voz entre diferentes narradores; y en el otro emplea una velocidad narrativa con la que, a medida que avanza el relato y deviene la jerarquía de los protagonistas, sus verbos acrecientan conflictividad y agresividad. En “Jorge Rafael Videla” puede apreciarse la ironía acentuada en el final, con la que el autor presenta gustos y matices de una persona “normal”: el general de la dictadura más sangrienta del país. “El teniente me dijo” refiere claramente al abuso de poder de los jerarcas represivos del Estado; el autor utiliza la repetición del título para lograr inducir un abrupto final. “Botas” centra su relato en el objeto y emplea el uso poético de la lengua para generar valoraciones opuestas en momentos diferentes sobre la policía.
La emisión del voto es la bandera ideológica por excelencia de la democracia burguesa. “Urnas colmadas” juega con la polisemia de la palabra urna y asimila el sufragio con la muerte misma. En “La televisión” el narrador crea una escena de suspenso que, instantes antes de que un soldado asesine a un estudiante, es interrumpida por el anuncio de un detergente. Es una alusión clara a cómo los medios de información ocultan lo que los grandes poderes no quieren mostrar y reproducen el discurso de la clase dominante. El texto que reprocha los valores religiosos, “La rueda”, es un cuento apocalíptico que lleva al extremo las premisas de la biblia católica.
“El crimen perfecto” es la fantasiosa historia de dos exiliados latinoamericanos que, durante un invierno de Londres convierten el frío departamento en una playa del caribe cuando hacen funcionar la estufa con una estafa que no deja huellas. En “Cayó el muro” (de Berlín), la significación del fin de las ideologías es parodiada por el autor durante un partido de fútbol en el cual juega con la polifonía de las palabras “derecha” e “izquierda” y al final, a pesar del fin de la lucha de clases, unos siguen dominando a otros.
Luego de la lectura de esta antología compuesta por productos de un género literario breve y crítico, uno puede distinguir que no todos los ataques al sistema son aburridos y conceptuales. De hecho, para comprender cómo produce y aliena la máquina -y para entender alusiones de este prólogo también- sería aconsejable leer, aunque sea fragmentos, de
El Kapital de Karl Marx y, obviamente, desear un mundo sin explotación del hombre por el hombre. Esta antología fue rotulada “Antología Kapitalista” no porque adhiera a la causa burguesa -claro está-, sino porque es una creación bajo su imperio, crítica hacía él y que brega por un mundo sin clases e injusticias sociales.
Microrrelatos
Visiones del sistema
El sistema (I)
Quien está contra ella, enseña la máquina, es enemigo del país. Quien denuncia la injusticia comete delito de lesa patria.
Yo soy el país dice la máquina. Este campo de concentración es el país: este pudridero, este inmenso baldío vacío de hombres.
Quien crea que la patria es una casa de todos será hijo de nadie.
El sistema (II)
Que programa la computadora que alarma al banquero que alerta al embajador que cena con el general que emplaza al presidente que intima al ministro que amenaza al Director General que humilla al gerente que grita al jefe que prepotea al empleado que desprecia al obrero que maltrata a la mujer que golpea al hijo que patea al perro.
Fuerzas represivas del Estado
Jorge Rafael Videla
Amaba los perros de caza, los tapices con ciervos y la música de Wagner. Leía pocos diarios, pero se detenía a hacer palabras cruzadas. No toleraba el rumor de los árboles ni el trino de los pájaros. Dormía bien.
El teniente me dijo
El teniente me dijo que yo era un negro roñoso. Le contesté que negro sí, no lo niego, pero yo me aseo todos los días, mi teniente. El teniente me dijo que me había desacatado y me condenó a tres días de calabozo. Cuando salí, le teniente me volvió a decir lo de negro roñoso y no contesté nada. Después el teniente me dijo algo sobre mi hermana, que había venido del interior a visitarme. Le pedí con todo respeto que no me hablara así de mi hermana. El teniente me dijo entre risas que él me hablaba como quería, y que ya éramos cuñados. Entonces sentí en mi mano el fierro que llaman arma reglamentaria y apreté el gatillo. El teniente no volverá a decir nada nunca más.
Botas
Cuando era niño me gustaba mirar las botas vacías de mi abuelo, desde donde él brotaba por las mañanas hasta adquirir la altura de comisario de pueblo.Muchas veces llegué a pensar que el milagro de su autoridad, de su aplomo, de su coraje, residía en el fondo de aquellas botas relampagueantes.
Un día no resistí la tentación y me las puse mientras mi abuelo dormía. Esa siesta anduve con ellas como en una canoa belicosa. Atravesé las habitaciones, el jardín, la calle inmutable y entré en la comisaría. Se rompieron las risas contra mis botas y el marco de las burlas me hizo caer.
Nunca más volví a intentarlo. Con el tiempo me convertí en un hombre pacífico, sin arrogancia, sin soberbia que sobrevive en un país que profesa una extraña nostalgia de botas.
Aparatos ideológicos
Urnas colmadas
En el cuarto oscuro, desalentados, nos convidamos con caramelos. Sabemos que las urnas están colmadas de votos o cenizas. Es imposible introducir un solo sobre más en esas cajas cuadradas de llenas de restos calcinados que asoman por todas las hendiduras de la madera. Es desaconsejable seguir incinerando, al despertar, el cuarto seguirá oscuro y, de todos modos, a nadie le interesan nuestros cadáveres.
La televisión
El soldado me mira antes de disparar. Es sólo un instante, y me mira con esa cara de vidrio oscuro que tienen los soldados antes de disparar. El estudiante extiende los brazos en un gesto instintivo e inútil. Lo van a matar, se da cuenta y trata de detener el tiempo extendiendo los brazos hacia delante. El soldado tiene el fusil automático listo y apunta al estudiante, que extiende los brazos. En ese momento se puede pensar que el estudiante ya está muerto, pero no; hay una larguísima fracción de segundo entre un momento y otro. Los dos se han quedado mirándome desde la pantalla del televisor, el matador y su víctima, bajo un sol que no he visto nunca.
El soldado dispara, pero no lo vemos, gracias al anuncio del nuevo detergente.
La rueda
Un dios que crea un mundo. Un mundo que tiene un pequeño paraíso. Un paraíso que regla, con una sola advertencia, a un hombre y a una mujer. Un hombre y una mujer que desobedecen al dios. Un dios que arroja del paraíso al hombre y la mujer. Un hombre y una mujer que tienen hijos. Unos hijos que se pueblan la tierra. Una tierra que da frutos. Unos frutos por los que los hijos comienzan una guerra. Una guerra que dura siglos y no acaba hasta aniquilar a los hijos, a la tierra, a los frutos, al hombre y a la mujer creados por el dios. Un dios que escapa del desastre.
Un dios que crea el mundo.
Sucesos políticos
El crimen perfecto
En Londres es así: los radiadores devuelven calor a cambio de las monedas que reciben. Y en pleno invierno estaban unos exiliados latinoamericanos tiritando de frío, sin una sola moneda para poner a funcionar la calefacción de su apartamento.
Tenían los ojos clavados en el radiador, sin parpadear. Parecían devotos ante el tótem, en actitud de adoración; pero eran unos pobres náufragos meditando la manera de acabar con el Imperio Británico. Si ponían monedas de lata o de cartón, el radiador funcionaría pero el recaudador encontraría, luego, las pruebas de la infamia.
¿Qué hacer?, se preguntaban los exiliados. El frío los hacía temblar como malaria. Y en eso, uno de ellos lanzó un grito salvaje, que sacudió los cimientos de la civilización occidental. Y así nació la moneda de hielo, inventada por un pobre hombre helado.
De inmediato, pusieron manos a la obra. Hicieron moldes de cera, que reproducían las monedas británicas a la perfección; después llenaron de agua los moldes y los metieron en el congelador.
Las monedas de hielo no dejaban huellas, porque las evaporaba el calor.
Y así, aquel apartamento de Londres se convirtió en una playa del mar Caribe.
Cayó el muro
El día que cayó el muro de Berlín, yo estaba jugando al fútbol en una canchita de barrio en El Colorado. Fue sintomático. Se comprobaba el fin de las ideologías, desaparecían la izquierda y la derecha. Con los muchachos nos dimos cuenta enseguida. A mí que siempre me costó patear con la zurda, la sentía ahora más enérgica y creativa.
Este asunto de la caída del muro venía en serio, hasta algunos escombros cayeron cerca de nuestro arco y el arquero, inocentemente, los adjudicó a la hinchada adversaria. Nada de eso. El mundo cambiaba. Ahora daba lo mismo patear con la derecha o la izquierda. Nadie hacía diferencias.
Eso sí: terminó imponiéndose el juego aéreo, por arriba; los que juegan por arriba usan la cabeza para jodernos, en cambio los que no tenemos astucia ni malicia seguimos pateando por abajo, como podemos.