- ¿Qué te pasa Adri? ¿Se te ve triste? – me preguntan.
- ¿Se nota mucho?
- Vos sos una persona alegre. Cuando te pasa algo se te nota enseguida. Estás triste.
Es algo que no puedo ocultar. Los topes de tristeza son siempre por los mismos motivos. Primero que no me gusta este momento histórico de la humanidad, al que considero injusto y en el que mucha gente padece el hambre y despojo, y donde muchos trabajan para sobrevivir. Y no es culpa sólo de los políticos, todos lo somos. Esta es una angustia permanente. El otro motivo que siempre me pone triste, aún más que por este mundo de mierda, es cuando ando mal con mi amor. Con ella, con la que crecí y con la que me gustaría envejecer y tener una casita lejos de la locura de la ciudad. Es por ella que ahora estoy muy triste.
Fueron dos factores complementarios los que ayudaron al cambio de mis hábitos y sentimientos: empezar a estudiar y conocerla a ella. Fue la primera vez que me entregué por completo a una mujer, las primeras veces que comencé a descubrir que tenía una vocación, que me gustaba lo que estudiaba, que me gustaba como nos amábamos, las primeras veces que empecé a sentir que podía hacer algo por mí, por alguien y por la sociedad.
¿Y qué hacer? ¿Pensar y militar por un mundo mejor? ¿O adaptarse a esto que me toca vivir? (con todo lo que ello implica) ¿Amar a una mujer por sobre todas las cosas y construir el sueño de una familia? ¿O amarlos como amo ese “mundo mejor” que imagino en mi cabeza y que quiero ayudar a construir? ¡Cómo me cuesta el punto medio! Y ese parece ser el quid de la cuestión para salir aireoso de esta dicotomía.
No parecen cosas que sean irrealizables, pero esta cabeza… La cabeza… La cabeza no para. No para. A veces tengo ganas de arrancármela de tanto que maquina. No tendríamos que tener cabeza, sino sólo corazón. No hay momento estable en esta maldita cabeza en que esos sentimientos tan gratos (el amor a una mujer y la idea de un mundo mejor) no se crucen y entren en conflicto. No porque no sean compatibles, pero siento que cuando le pongo más huevo a una cosa, descuido la otra. Cuando cuido a la persona que más amo, pienso que no le presto demasiada atención a mi visión del mundo.
Por momentos creo que la reproducción es algo natural en el ser humano, y por eso tengo miedo de convertirme en un eslabón más de esta máquina. Pero otras, siento que ante el más mínimo peligro de que termine mi historia de amor con ella, ni el bien del mundo, ni un campeonato de All Boys en Primera, ni el cese del dominio del hombre por hombre podrían aliviar mi tristeza. En fin, es el término medio el que me cuesta.
Hoy por hoy estamos juntos, pero hay cosas que ya no se soportan más. Ella no aguanta que no tengamos un proyecto futuro juntos. Y yo no soporto no poder hacerlo sin que mis ideales lo entorpezcan.
Deberíamos pensar menos y entregarnos más.
Ella ya no sé si puede imaginarse una vida junto a mí. Es una mierda, pero es real. Y es tan noble que no puede ocultármelo. Me pide hasta perdón por decirme la verdad. Y no es que no me ame, eso dice, sino que está en peligro su mayor sueño: el de una familia que nunca tuvo. Hija única su madre, hija única ella, su padre, un burgués que no sabe lo que es el amor, la abandonó a los 5 y volvió hacerlo hace unos meses después de que ella lo encontrase. Su madre la crió sola y le dio los medios para que ella hoy sea médica. Le dio los medios pero no mucho cariño y afecto, según ella. Hay veces que no sé de donde saca tanto amor, con tanta falta padecida del mismo. ¡Cómo no entenderla! Es un ideal justo. Está signado por su historia.
También es mi sueño el de una familia junto a ella. Hasta tenemos los nombres para nuestros hijos: Alué, Candela, Nahuel fueron algunos de los que imaginamos. Yo tampoco tuve una familia, a pesar de tener juntos a mis padres por mucho tiempo. Es mi sueño, pero uno de los tantos, no el único. Y eso la asusta, y a mí también. Tantas veces intenté tratar de hacerle entender que el hecho de pensar ser feliz con una familia (sólo eso y nada más que eso), y no en pensar en la felicidad de un mundo más justo, me parece ir en contra de mis ideales. Dice que soy muy militante. Puede ser. Me enojan mucho las injusticias, las propias y ajenas. Siempre voy a luchar contra eso. Pero también quiero tener mi familia con ella, darle a nuestros hijos lo que no nos dieron nuestros padres.
Por otra partte, tantas veces he puesto en peligro (aunque siempre en pareja las cosas se hacen “de a dos”) esta relación, que me siento una basura por todas las cagadas que me mandé. Ella me genera el egoísmo más hermoso: quiero que el poyo sea mía shola y hacerle mucho el am, am, am. Por momentos, deseo que ella monopolice todo mi amor, y yo el de ella, claro. Insisto, el amor no tendría que tener fronteras pero a veces, con ella, quiero sentirme un imperialista.
El amor que siento por ella, a veces también me parece poco. No porque no sea genuino, sino porque no sé si es el amor que puede hacerla feliz a ella. Y eso me hace sentir poca cosa. Yo creo que sí, es la mujer que más amo, con la que quiero formar una familia, con la que quiero cambiar el mundo… Pero no sé si ella soporta que yo quiera amarla como me gustaría amar a todo el mundo. Sería tan largo de explicar pero, en síntesis, mi visión del mundo ha cambiado gracias a ella, para mejor desde una perspectiva humanitaria, no sé si para mejor respecto para ella. Me incentivó para que estudie, para que deje de boludear, para que confíe, para ir al Norte. Ese viaje… Ese viaje fue un “click” en esta cabeza que amo y detesto. Creo que festejó los primeros cambios que realicé de su mano, pero detesta las transformaciones posteriores que me convirtieron en éste al que le cuesta adaptarse a este momento histórico.
Así como es un amor, también tiene sus cosas, como todos. También tenemos profesiones muy distinta. Ella es médica, re humanitaria; yo periodista y futuro licenciado en Ciencias de la Comunicación, quiero hacer de ello algo humanitario. Ella estudió una carrera reconocida económicamente por el mercado. De periodista es difícil encontrar, no está bien pago y, cuando conseguís, no siempre se puede decir todo lo que uno piensa, ya que son empresas. Y como empresas defienden intereses. Me da una bronca que pensar y desear un mundo mejor no sea redituable. No soy machista, pero que ella pueda ganar buen dinero y yo no, me genera un poco de miedo y celos. Temo no estar a su altura. No soy machista, pero es un pensamiento de tal calaña. No lo puedo evitar. Estoy muy contento por su éxito, deprimido por lo mío.
Nos amamos. Yo a ella. Ella a mí. Pero parece no ser suficiente. Parece, nada más. Yo creo en el amor, en el amor a la humanidad, en el amor que siento por ella. Pero tantos desgastes, peleas, desencuentros y demás, hoy están poniendo en riesgo nuestro futuro juntos. Y eso me pone terriblemente triste. Por desgracia, creo que no voy a ver caer al régimen kapitalista, pero considero que puedo hacer algo para intentar cambiar los valores de la gente, para que eso suceda en un futuro y la humanidad pueda vivir realmente en paz.
Veremos qué sucederá. Qué construiré para mi futuro, cómo me influirán las personas que amo y admiro, cómo logro entender a los que no piensan igual, cómo encuentro mi lugar en este sistema y, sobre todo, cómo concilio mis mayores deseos sin que uno sea en desmedro del otro: ayudar en la construcción de un mundo mejor y construir una familia con su amor y el mío. Para que desde chiquitos les enseñemos a nuestros poyitos, y a los que podamos también, otra clase de valores.
No quiero quedarme sin su amor y no quiero dejar a mi amor sin ella. Con tanta pobreza en estómagos y en las cabezas de tanta gente, y al verme imposibilitado de que esto cambie en el corto plazo, en este mundo terrible y voraz sentirme a su lado me hace sentir mucho mejor. Seguir juntos depende, en principio, de nosotros, del tiempo y de paciencia. Tiempo y paciencia me cuestan, pero tendré que armarme de ellos, esperar y actuar si quiero cristalizar este deseo de construir un mundo mejor, obviamente, junto a ella. Sin ella no sería posible. Es mi único héroe en este lío.
- ¿Se nota mucho?
- Vos sos una persona alegre. Cuando te pasa algo se te nota enseguida. Estás triste.
Es algo que no puedo ocultar. Los topes de tristeza son siempre por los mismos motivos. Primero que no me gusta este momento histórico de la humanidad, al que considero injusto y en el que mucha gente padece el hambre y despojo, y donde muchos trabajan para sobrevivir. Y no es culpa sólo de los políticos, todos lo somos. Esta es una angustia permanente. El otro motivo que siempre me pone triste, aún más que por este mundo de mierda, es cuando ando mal con mi amor. Con ella, con la que crecí y con la que me gustaría envejecer y tener una casita lejos de la locura de la ciudad. Es por ella que ahora estoy muy triste.
Fueron dos factores complementarios los que ayudaron al cambio de mis hábitos y sentimientos: empezar a estudiar y conocerla a ella. Fue la primera vez que me entregué por completo a una mujer, las primeras veces que comencé a descubrir que tenía una vocación, que me gustaba lo que estudiaba, que me gustaba como nos amábamos, las primeras veces que empecé a sentir que podía hacer algo por mí, por alguien y por la sociedad.
¿Y qué hacer? ¿Pensar y militar por un mundo mejor? ¿O adaptarse a esto que me toca vivir? (con todo lo que ello implica) ¿Amar a una mujer por sobre todas las cosas y construir el sueño de una familia? ¿O amarlos como amo ese “mundo mejor” que imagino en mi cabeza y que quiero ayudar a construir? ¡Cómo me cuesta el punto medio! Y ese parece ser el quid de la cuestión para salir aireoso de esta dicotomía.
No parecen cosas que sean irrealizables, pero esta cabeza… La cabeza… La cabeza no para. No para. A veces tengo ganas de arrancármela de tanto que maquina. No tendríamos que tener cabeza, sino sólo corazón. No hay momento estable en esta maldita cabeza en que esos sentimientos tan gratos (el amor a una mujer y la idea de un mundo mejor) no se crucen y entren en conflicto. No porque no sean compatibles, pero siento que cuando le pongo más huevo a una cosa, descuido la otra. Cuando cuido a la persona que más amo, pienso que no le presto demasiada atención a mi visión del mundo.
Por momentos creo que la reproducción es algo natural en el ser humano, y por eso tengo miedo de convertirme en un eslabón más de esta máquina. Pero otras, siento que ante el más mínimo peligro de que termine mi historia de amor con ella, ni el bien del mundo, ni un campeonato de All Boys en Primera, ni el cese del dominio del hombre por hombre podrían aliviar mi tristeza. En fin, es el término medio el que me cuesta.
Hoy por hoy estamos juntos, pero hay cosas que ya no se soportan más. Ella no aguanta que no tengamos un proyecto futuro juntos. Y yo no soporto no poder hacerlo sin que mis ideales lo entorpezcan.
Deberíamos pensar menos y entregarnos más.
Ella ya no sé si puede imaginarse una vida junto a mí. Es una mierda, pero es real. Y es tan noble que no puede ocultármelo. Me pide hasta perdón por decirme la verdad. Y no es que no me ame, eso dice, sino que está en peligro su mayor sueño: el de una familia que nunca tuvo. Hija única su madre, hija única ella, su padre, un burgués que no sabe lo que es el amor, la abandonó a los 5 y volvió hacerlo hace unos meses después de que ella lo encontrase. Su madre la crió sola y le dio los medios para que ella hoy sea médica. Le dio los medios pero no mucho cariño y afecto, según ella. Hay veces que no sé de donde saca tanto amor, con tanta falta padecida del mismo. ¡Cómo no entenderla! Es un ideal justo. Está signado por su historia.
También es mi sueño el de una familia junto a ella. Hasta tenemos los nombres para nuestros hijos: Alué, Candela, Nahuel fueron algunos de los que imaginamos. Yo tampoco tuve una familia, a pesar de tener juntos a mis padres por mucho tiempo. Es mi sueño, pero uno de los tantos, no el único. Y eso la asusta, y a mí también. Tantas veces intenté tratar de hacerle entender que el hecho de pensar ser feliz con una familia (sólo eso y nada más que eso), y no en pensar en la felicidad de un mundo más justo, me parece ir en contra de mis ideales. Dice que soy muy militante. Puede ser. Me enojan mucho las injusticias, las propias y ajenas. Siempre voy a luchar contra eso. Pero también quiero tener mi familia con ella, darle a nuestros hijos lo que no nos dieron nuestros padres.
Por otra partte, tantas veces he puesto en peligro (aunque siempre en pareja las cosas se hacen “de a dos”) esta relación, que me siento una basura por todas las cagadas que me mandé. Ella me genera el egoísmo más hermoso: quiero que el poyo sea mía shola y hacerle mucho el am, am, am. Por momentos, deseo que ella monopolice todo mi amor, y yo el de ella, claro. Insisto, el amor no tendría que tener fronteras pero a veces, con ella, quiero sentirme un imperialista.
El amor que siento por ella, a veces también me parece poco. No porque no sea genuino, sino porque no sé si es el amor que puede hacerla feliz a ella. Y eso me hace sentir poca cosa. Yo creo que sí, es la mujer que más amo, con la que quiero formar una familia, con la que quiero cambiar el mundo… Pero no sé si ella soporta que yo quiera amarla como me gustaría amar a todo el mundo. Sería tan largo de explicar pero, en síntesis, mi visión del mundo ha cambiado gracias a ella, para mejor desde una perspectiva humanitaria, no sé si para mejor respecto para ella. Me incentivó para que estudie, para que deje de boludear, para que confíe, para ir al Norte. Ese viaje… Ese viaje fue un “click” en esta cabeza que amo y detesto. Creo que festejó los primeros cambios que realicé de su mano, pero detesta las transformaciones posteriores que me convirtieron en éste al que le cuesta adaptarse a este momento histórico.
Así como es un amor, también tiene sus cosas, como todos. También tenemos profesiones muy distinta. Ella es médica, re humanitaria; yo periodista y futuro licenciado en Ciencias de la Comunicación, quiero hacer de ello algo humanitario. Ella estudió una carrera reconocida económicamente por el mercado. De periodista es difícil encontrar, no está bien pago y, cuando conseguís, no siempre se puede decir todo lo que uno piensa, ya que son empresas. Y como empresas defienden intereses. Me da una bronca que pensar y desear un mundo mejor no sea redituable. No soy machista, pero que ella pueda ganar buen dinero y yo no, me genera un poco de miedo y celos. Temo no estar a su altura. No soy machista, pero es un pensamiento de tal calaña. No lo puedo evitar. Estoy muy contento por su éxito, deprimido por lo mío.
Nos amamos. Yo a ella. Ella a mí. Pero parece no ser suficiente. Parece, nada más. Yo creo en el amor, en el amor a la humanidad, en el amor que siento por ella. Pero tantos desgastes, peleas, desencuentros y demás, hoy están poniendo en riesgo nuestro futuro juntos. Y eso me pone terriblemente triste. Por desgracia, creo que no voy a ver caer al régimen kapitalista, pero considero que puedo hacer algo para intentar cambiar los valores de la gente, para que eso suceda en un futuro y la humanidad pueda vivir realmente en paz.
Veremos qué sucederá. Qué construiré para mi futuro, cómo me influirán las personas que amo y admiro, cómo logro entender a los que no piensan igual, cómo encuentro mi lugar en este sistema y, sobre todo, cómo concilio mis mayores deseos sin que uno sea en desmedro del otro: ayudar en la construcción de un mundo mejor y construir una familia con su amor y el mío. Para que desde chiquitos les enseñemos a nuestros poyitos, y a los que podamos también, otra clase de valores.
No quiero quedarme sin su amor y no quiero dejar a mi amor sin ella. Con tanta pobreza en estómagos y en las cabezas de tanta gente, y al verme imposibilitado de que esto cambie en el corto plazo, en este mundo terrible y voraz sentirme a su lado me hace sentir mucho mejor. Seguir juntos depende, en principio, de nosotros, del tiempo y de paciencia. Tiempo y paciencia me cuestan, pero tendré que armarme de ellos, esperar y actuar si quiero cristalizar este deseo de construir un mundo mejor, obviamente, junto a ella. Sin ella no sería posible. Es mi único héroe en este lío.
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