
Uno siempre asocia la muerte con la vejez. “Es parte de la vida”, dicen unos. “A todos nos llega”, dicen otros. Estas dos visiones de la muerte tienen algo de cierto, pero qué difícil se hace aceptar o comprender estas premisas cuando a uno lo tocan de cerca. ¡Qué difícil se hace pensar que un pibe que pateó y gastó la suela de sus zapatillas con uno en el barrio, ya no va a estar más! ¡Qué difícil será no verte más Maxi!
Siempre pensé y me atemoricé por la muerte. Sobre todo por la de los queridos, no tanto por la propia. Cuando empecé a parar en la Plaza Velez Sarsfield me preguntaba quién sería el primero en irse. No lo deseaba, pero en un lugar donde nos juntábamos tantos grupos de tantas personas, no era raro que pudiese ocurrir en algún momento una desgracia o tragedia. Y esta llegó en el mes de junio al barrio. Hace tres años, el narigón Kabak se salvó luego de estar diez días internado producto de una puñalada en un pulmón recibida en una pelea. Hace dos, también nos salvamos de que Cacha se nos vaya. Un accidente con la moto lo dejó casi medio año en un hospital. Esta vez la tragedia golpeó. No fue producto de la acción de terceros, sino de un virus. ¿Gripe A, B, porcina? Y0a no importa. Maxi se fue. Es el primero del barrio al que me toca decirle “Hasta siempre!”.
Aunque hace unos años que no paro más en la plaza, nunca me voy a olvidar de Maxi. No quiero ser hipócrita, como muchos, en decir que era “un amigo”. No lo fue. Pero puedo asegurar que fue un buen pibe, pensante y muy buena onda.
31 años. Una compañera de la vida. Dos hijos, uno de cuatro y otro de meses, que lo lloran. ¡Qué mierda! Pensar que hay tantos barriletes en el barrio que hacen de todo para encontrar a la parca, y justo te pasó esto a vos, que eras un flaco sano, trabajador y no buscabas quilombos gratis. (Aunque cuando te enojabas… pobre de aquel infeliz que se atreviese…). ¡Qué lástima que te fuiste!
Era boxeador. Según decían, se desempeñaba bien arriba del rin. En el pavimento también. En los casi diez días que estuvo internado -dicen los que lo vieron- que peleó como nunca antes lo habían visto. No pudo ganar. El 8 de junio a la madrugada lo noqueó ese maldito virus. Peleó como un campeón! Los que lo despidieron, vieron paz en su rostro luego de que se declarase su K.O.
El día del velorio te despidió el barrio. Esa noche el silencio copó la plaza. Nos juntamos 22.30 para salir a la casa de velatorios. Whiskey, birra, porro, merca y demás giraban para aliviar las penas. Vos ya los conocés a los pibes… ¿no Maxi? No te enojarías. A las 23.30 llegamos a Falcón y Homero. Pensar que esas 130 personas que estábamos ahí, tantas veces nos habíamos juntado para ir a la cancha y gritábamos desaforados por el blanco. Y ahora estábamos todos bajo un escalofriante silencio y llorándote. Fueron pocos los que entraron a verte. La mayoría nos quedamos en la calle apabullados por tu partida.
¡Qué sensación rara esa de la muerte! No creo en el paraíso o en la vida después del deceso, pero no puedo entender eso de que un cuerpo pueda yacer sin vida. ¿Será que tenemos alma o algo así? No lo sé, pero eso de ver a un cuerpo sin vida, me resultaba ingrato e incomprensible. Maxi no era ese que yacía sobre un ataúd. Maxi “Morrison”, “el Bonji” era alegría, era saludar con un abrazo, siempre estar con una sonrisa, hablar en forma segmentaba. Era un loco, un excelente narrador de anécdotas. Era de All Boys, de Floresta. Era del barrio.
- “¡¡¡Gracias por todo Maxi!!!”- le diría si pudiera.
- “Ehhh… Negrito… ‘Gracia’ hacen los monos...”- respondería.
Maxi: nunca te olvidaremos.
Siempre pensé y me atemoricé por la muerte. Sobre todo por la de los queridos, no tanto por la propia. Cuando empecé a parar en la Plaza Velez Sarsfield me preguntaba quién sería el primero en irse. No lo deseaba, pero en un lugar donde nos juntábamos tantos grupos de tantas personas, no era raro que pudiese ocurrir en algún momento una desgracia o tragedia. Y esta llegó en el mes de junio al barrio. Hace tres años, el narigón Kabak se salvó luego de estar diez días internado producto de una puñalada en un pulmón recibida en una pelea. Hace dos, también nos salvamos de que Cacha se nos vaya. Un accidente con la moto lo dejó casi medio año en un hospital. Esta vez la tragedia golpeó. No fue producto de la acción de terceros, sino de un virus. ¿Gripe A, B, porcina? Y0a no importa. Maxi se fue. Es el primero del barrio al que me toca decirle “Hasta siempre!”.
Aunque hace unos años que no paro más en la plaza, nunca me voy a olvidar de Maxi. No quiero ser hipócrita, como muchos, en decir que era “un amigo”. No lo fue. Pero puedo asegurar que fue un buen pibe, pensante y muy buena onda.
31 años. Una compañera de la vida. Dos hijos, uno de cuatro y otro de meses, que lo lloran. ¡Qué mierda! Pensar que hay tantos barriletes en el barrio que hacen de todo para encontrar a la parca, y justo te pasó esto a vos, que eras un flaco sano, trabajador y no buscabas quilombos gratis. (Aunque cuando te enojabas… pobre de aquel infeliz que se atreviese…). ¡Qué lástima que te fuiste!
Era boxeador. Según decían, se desempeñaba bien arriba del rin. En el pavimento también. En los casi diez días que estuvo internado -dicen los que lo vieron- que peleó como nunca antes lo habían visto. No pudo ganar. El 8 de junio a la madrugada lo noqueó ese maldito virus. Peleó como un campeón! Los que lo despidieron, vieron paz en su rostro luego de que se declarase su K.O.
El día del velorio te despidió el barrio. Esa noche el silencio copó la plaza. Nos juntamos 22.30 para salir a la casa de velatorios. Whiskey, birra, porro, merca y demás giraban para aliviar las penas. Vos ya los conocés a los pibes… ¿no Maxi? No te enojarías. A las 23.30 llegamos a Falcón y Homero. Pensar que esas 130 personas que estábamos ahí, tantas veces nos habíamos juntado para ir a la cancha y gritábamos desaforados por el blanco. Y ahora estábamos todos bajo un escalofriante silencio y llorándote. Fueron pocos los que entraron a verte. La mayoría nos quedamos en la calle apabullados por tu partida.
¡Qué sensación rara esa de la muerte! No creo en el paraíso o en la vida después del deceso, pero no puedo entender eso de que un cuerpo pueda yacer sin vida. ¿Será que tenemos alma o algo así? No lo sé, pero eso de ver a un cuerpo sin vida, me resultaba ingrato e incomprensible. Maxi no era ese que yacía sobre un ataúd. Maxi “Morrison”, “el Bonji” era alegría, era saludar con un abrazo, siempre estar con una sonrisa, hablar en forma segmentaba. Era un loco, un excelente narrador de anécdotas. Era de All Boys, de Floresta. Era del barrio.
- “¡¡¡Gracias por todo Maxi!!!”- le diría si pudiera.
- “Ehhh… Negrito… ‘Gracia’ hacen los monos...”- respondería.
Maxi: nunca te olvidaremos.