
sábado, 17 de julio de 2010
Bicentenario enajenado

jueves, 15 de julio de 2010
Frío, periodistas y ONGs

- Luis: ejércitos de gente solidaria, como este señor que salió de su casa para traer café y chocolate caliente para los que padecen el infortunio de no tener techo. ¿Por qué salís a llevar esta ayuda?
- Porque esto es ser argentino. No sólo en el mundial o con el 25 de mayo. Hay que hacer algo por la sociedad. Porque en este país tan rico no debería haber gente viviendo en la calle. En mi país, esto no debería pasar.
Y sí, eso es ser nacionalista ante esta situación: ver al otro como un sujeto pasivo incapaz de valerse por sí mismo, "desear que eso no pase en mi país" (en los demás qué carajo me importa) y mostrar cómo uno se gana el cielo siendo un hipócrita caritativo ya sea con el termo o con el micrófono en mano.
Foto extraída de aquí: http://victoriachile.iespana.es/hc_guille.jpg
martes, 13 de julio de 2010
Figuritas: un mismo sentimiento de dos pequeños

* Foto extraída de aquí: http://weblogs.clarin.com/hijosnuestros/archives/figuss.JPG
sábado, 10 de julio de 2010
Don Maci
a Pablo Bosia
“La Leo es boliviana, cochabambina pa mejor decir. Los padres de ella nunca me quisieron…esas cosas vio. Éramos vecinos en San Pedro Jujuy, mi pueblito…Un día la alcé de su casa y con lo que teníamos puesto nos escapamos.”
Don Macedonio Espíndola me va contando su historia llena de pausas campesinas. Me pide que acerque leña fina al fogoncito, ramitas y algún que otro tronquito para que se haga bien la llama y la olla de hierro haga crujir la grasa de pella donde navega, vuelta y vuelta, la sopaipilla.
“…llegamos a Tupungato después de un año de andar la cordillera y nos quedamos para siempre. Hice todo. La construcción fue mi fuerte, pero hice todo vio? La uva, la manzana…”
El viejo es fuerte. De voz grave, precisa, la piel curtida por el sol cuyano de los veranos más relucientes y por el zonda, cual “aliento del mismísimo diablo”.
La mañana es de una belleza sobrecogedora.
Las lejanas viñas enrojecidas, el dorado en las alamedas del camino, los ocres y amarillos de las costas del arroyo compitiendo con las alturas diáfanas del cielo y las nieves eternas del Cordón del Plata, confirman aquello de “…no es lo mismo el otoño en Mendoza…”
“En la Carrera levanté la papa, viera qué trabajo compadre…Por ahí anda el canasto…” y señala el galpón dónde un enhiesto canasto de mimbre oscuro parece saludarlo.
“…he llegado a juntar setenta canastadas por día…” dice con el brillo en los ojos retintos.
“¡Meta más fuego compadre! La grasa debe bullir pa que la sopaipilla se quite ligerito…”.
Presuroso, agregó sarmientos y varas de manzano que ardieron de inmediato, como si acataran la orden del paisano. Don Maci, casi sin agacharse, con la destreza y la seguridad del que sabe muy bien lo que hace, pesca la masa dorada, crujiente y, delicadamente la descarga sobre otro canasto que la espera recubierto en papel de astrasa.
“…Aquí nacieron nuestros hijos, aquí hicimos la vida… Esas cosas vio? El campo, la montaña …” y me mira sonriente, pícaro, debajo de su sombrero de ala ancha .
Cuando el canasto desborda, atraviesa las asas de la olla con el pescante y la retira del fogón. Cubre el rescoldo con una chapa, toma el canasto con naturalidad y camina hacia la casa. Lo sigo a unos pasos. Deja el canasto sobre una improvisada mesa de carpintero.
El choco aternura el paisaje, una tijereta le pone música mientras la enorme pava gimiendo, anuncia la presencia de Doña Leo. Esmirriada, delantal recogido en la mano libre, esa bella cochabambina intuye que conozco su gran historia de amor.
Me saluda a dos mejillas, es otra mujer la que en un segundo ocupa su presencia y es una felicidad embriagadora la que me invade.
“Maci, viejo… que está el mate pué…”
Don Maci viene desde el patio que da a los cerros, trae un pan humeando, nueces y miel.
Son mis vecinos, allá en Gualtallary.
Relato escrito por el compañero Ismael Jalil
“La Leo es boliviana, cochabambina pa mejor decir. Los padres de ella nunca me quisieron…esas cosas vio. Éramos vecinos en San Pedro Jujuy, mi pueblito…Un día la alcé de su casa y con lo que teníamos puesto nos escapamos.”
Don Macedonio Espíndola me va contando su historia llena de pausas campesinas. Me pide que acerque leña fina al fogoncito, ramitas y algún que otro tronquito para que se haga bien la llama y la olla de hierro haga crujir la grasa de pella donde navega, vuelta y vuelta, la sopaipilla.
“…llegamos a Tupungato después de un año de andar la cordillera y nos quedamos para siempre. Hice todo. La construcción fue mi fuerte, pero hice todo vio? La uva, la manzana…”
El viejo es fuerte. De voz grave, precisa, la piel curtida por el sol cuyano de los veranos más relucientes y por el zonda, cual “aliento del mismísimo diablo”.
La mañana es de una belleza sobrecogedora.
Las lejanas viñas enrojecidas, el dorado en las alamedas del camino, los ocres y amarillos de las costas del arroyo compitiendo con las alturas diáfanas del cielo y las nieves eternas del Cordón del Plata, confirman aquello de “…no es lo mismo el otoño en Mendoza…”
“En la Carrera levanté la papa, viera qué trabajo compadre…Por ahí anda el canasto…” y señala el galpón dónde un enhiesto canasto de mimbre oscuro parece saludarlo.
“…he llegado a juntar setenta canastadas por día…” dice con el brillo en los ojos retintos.
“¡Meta más fuego compadre! La grasa debe bullir pa que la sopaipilla se quite ligerito…”.
Presuroso, agregó sarmientos y varas de manzano que ardieron de inmediato, como si acataran la orden del paisano. Don Maci, casi sin agacharse, con la destreza y la seguridad del que sabe muy bien lo que hace, pesca la masa dorada, crujiente y, delicadamente la descarga sobre otro canasto que la espera recubierto en papel de astrasa.
“…Aquí nacieron nuestros hijos, aquí hicimos la vida… Esas cosas vio? El campo, la montaña …” y me mira sonriente, pícaro, debajo de su sombrero de ala ancha .
Cuando el canasto desborda, atraviesa las asas de la olla con el pescante y la retira del fogón. Cubre el rescoldo con una chapa, toma el canasto con naturalidad y camina hacia la casa. Lo sigo a unos pasos. Deja el canasto sobre una improvisada mesa de carpintero.
El choco aternura el paisaje, una tijereta le pone música mientras la enorme pava gimiendo, anuncia la presencia de Doña Leo. Esmirriada, delantal recogido en la mano libre, esa bella cochabambina intuye que conozco su gran historia de amor.
Me saluda a dos mejillas, es otra mujer la que en un segundo ocupa su presencia y es una felicidad embriagadora la que me invade.
“Maci, viejo… que está el mate pué…”
Don Maci viene desde el patio que da a los cerros, trae un pan humeando, nueces y miel.
Son mis vecinos, allá en Gualtallary.
Relato escrito por el compañero Ismael Jalil
martes, 6 de julio de 2010
lunes, 5 de julio de 2010
Una compañera y un amor

Etiquetas:
historias,
Una compañera y un amor,
Vale la ilusión
jueves, 1 de julio de 2010
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